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¿Qué son las funciones ejecutivas?

Determinadas afectaciones cerebrales no afectan tanto a la inteligencia, los sentidos o la memoria, como a el comportamiento y la emoción:

Las funciones ejecutivas son las que regulan nuestra conducta en sociedad. Las que nos guían en función de lo que se puede y no se puede hacer en público.

Las funciones ejecutivas a la vez regulan nuestra reacciones emocionales. Son las que nos permiten controlar la ira y la agresividad, no gritar ni llorar en público sin causa justificada, o mantener la motivación para realizar una actividad.

 También son las funciones ejecutivas las que organizan y ejecutan acciones complejas. Desde diseñar una nave espacial para la NASA hasta ducharnos. 

Cuando el sujeto realiza estas u otras acciones, sus facultades ejecutivas son las que le permiten organizar un plan para llevarlas a cabo, iniciarlo, mantenerlo hasta llegar al objetivo, cambiarlo o adaptarlo según el contexto vaya requiriendo. 

Por muy simple que sea la acción, requiere constancia, atención sostenida, resistencia a la frustración, mantener una activación o arousal base, inhibir los estímulos no interesantes, poder seguir un orden secuencial, -organizarse en tiempo y espacio-, así como ser capaz de identificar y resolver las complejidades o novedades que surjan en el proceso, aplazando el habito o la inercia, es decir, siendo flexible y creativo, no perseverante. 

Como vemos, las funciones ejecutivas están íntimamente relacionadas con la atención, selectiva, dividida, alternante y sostenida, y la memoria, operativa y prospectiva (la que me permite recordar que tengo que hacer mañana o la semana que viene). 

Las estructuras neuroanatómicas de las funciones ejecutivas comprenden todo el Lóbulo frontal, es decir, casi la mitad del cerebro, del centro en adelante (Stuss y Alexander, 2007), pero estas funciones requieren de la participación conjunta de sistemas dinámicos integrados por la corteza frontal, distintas regiones corticales posteriores y otras estructuras paralímbicas (p.e., hipocampo, amígdala o ínsula) y basales (ganglios de la base y tronco cerebral) (Robbins, 2007, 2009).

Dentro del complejo frontal, existen tres grandes conexiones neuroanatómicas con potencial relevancia funcional, que, si se lesionan, dan como resultado alteraciones muy distintas, aunque prácticamente no existan síndromes puros que no impliquen en algún grado a las adyacentes. 

En función de esta clasificación, Cicerone et al, (2006), muestran tres grandes grupos de funciones cognitivas: 

Funciones cognitivas ejecutivas.

Área dorsolateral: Su afectación repercute en problemas en la actualización de la información en la memoria operativa, la orientación en el tiempo y la secuenciación de una acción. En definitiva, produce dificultades para planificar, ejecutar, mantener y corregir una conducta (Perfil disejecutivo). (Stuss y Benson, 1986). 

Funciones autorreguladoras de la conducta.

Area ventral orbitofrontal (Dempster, 1993): La lesión en éste área altera la inhibición de respuestas y el control de la conducta. El conducta de estos pacientes muchas veces resulta desvergonzada, chocante con lo socialmente establecido (Perfil desinhibido)

Funciones reguladoras de la activación. 

Área medial: Al estar en contacto con amígdala e hipocampo e implicar al cíngulo anterior, esta área esta implicada en la motivación y el arousal. (Perfil apático) (Duffy y Campbell, 1994). El pronóstico es peor que en el caso anterior, ya que la motivación es el motor para iniciar y mantener cualquier acción, aprendizaje y rehabilitación, de tal manera que el paciente apático se muestra distraído, poco colaborador, casi ausente. 

Rocío Carballo

Psicóloga psicoterapeuta

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