Skip to content Skip to footer

EL ESTRÉS Y LA SOMATIZACIÓN

Estrés.

Es un concepto que usamos a menudo sin saber a qué nos referimos exactamente. 

Estrés es una reacción corporal y mental que se ha cronificado, experimentada ante situaciones que vivimos como desbordantes o demasiado exigentes. Cuando esta reacción es momentánea, consecuencia de un problema específico a resolver, se trata simplemente de una activación sana, necesaria y natural que nos despierta y nos hace capaces de enfrentarnos a ello.

Tenemos dos sistemas nerviosos que nos permiten enfrentarnos a la vida y sus aventuras: 

Ante cualquier percepción de un estímulo no neutro o situación que requiera una respuesta, el sistema nervioso simpático prepara al individuo para la acción. Dilata las pupilas y los bronquios, aumenta la tensión muscular, la sudoración y la frecuencia cardíaca. Por su parte, el sistema nervioso parasimpático se encarga de regular este otro sistema cuando el estímulo “crítico” ha pasado, de tal manera que, ante cualquier estresor, el organismo esta diseñado para recuperar la calma una vez hayamos reaccionado al respecto. 

Por lo tanto, el estrés, en esta ecuación, no debería existir. En los animales que viven en libertad y abastecidos de sus necesidades básicas, el estrés, entendido como algo crónico, no existe.

Sin embargo, en el mundo en que vivimos, convivimos de forma constante con las dramáticas noticias de los medios informativos, el ruido y el frenético ritmo de vida de la ciudad, el exceso de información circundante, vínculos ambiguos o destructivos en el trabajo, la familia, la pareja, y un infinito etc. Los estresores son tantos y tan dispares, que podemos no identificar con exactitud de dónde proviene la “amenaza”, de tal manera que nuestro organismo, cuerpo y mente, pierde la capacidad de mantener el equilibrio entre activación-desactivación y acaba por estancarse en un estado de constante alerta, donde el sistema nervioso simpático esta activado de forma crónica y el sistema nervioso parasimpático ha perdido su cualidad de regulador.

Nuestro sistema parasimpático debe regular y devolver el descanso, y facilitar la digestión y la respuesta sexual. Todos hemos experimentado la ausencia de hambre alargada en el tiempo o el hambre constante durante una situación de estrés. Así como la incapacidad de dormir o de levantarse o la incapacidad de disfrutar plenamente de una relación erótica, incluso la desaparición temporal de nuestro impulso y respuesta sexual. También muchos hemos experimentado lo que en el argot psicológico llamamos “ansiedad”: Nuestra respiración se vuelve superficial, de tal manera que sentimos que el aire no nos alcanza. Sentimos el cuerpo “mal”, y un agobio mental indefinido. En estado de estrés crónico, nuestra musculatura se mantiene hiperactivada por acción del simpático, de tal manera que concluiremos con un cuerpo lleno de contracturas y rigidez, incluso problemas pulmonares por alteraciones musculares del diafragma.

Todo ello se debe a un mismo suceso: El organismo no identifica al estresor que altera el sistema porque éste estresor es demasiado civilizado, conceptual, indeterminado.

Aquí llega el papel de nuestra gran inteligencia animal. Nuestro cuerpo es animal, sus defensas ante el mundo son orgánicas, no mentales:

Cuando el sistema inmune recibe el mensaje de que hay una amenaza, esa “amenaza fantasma” de la que hablamos, pero no sabe si es un virus, una bacteria, una posibilidad de ser atacado, ahogado, etc, no encuentra otra salida que dedicarse a dar “palos de ciego”. 

Cada sistema inmune de cada cuerpo tiene una memoria, una historia, una genética. De tal manera que las respuestas de cada uno de nosotros pueden ser diferentes:

Nuestro sistema inmune es capaz de encapsular la raíz de algunos pelos de nuestro cuero cabelludo, creyendo que ellos son la amenaza, generando alopecia areata, muy típica en estados de estrés agudo. Puede creer que una sustancia volátil nos amenaza, y defenderse generando una alergia. Si piensa que el estresor puede ser un virus indeterminado en la piel, cosa que suele pensar en los duelos sentimentales –la piel es nuestro órgano vincular- producirá verrugas o dermatitis creyendo que esta sacando el virus del cuerpo a través de ellas. Nuestro sistema digestivo aumentará su grado de acidez debido a los cambios hormonales y nerviosos que genera es estrés, derivando tal vez en una gastroenteritis o una úlcera, algo muy propio de los estados de angustia. En una situación de estrés, un enfoque constante y excesivo, del que no nos daremos cuenta, puede incluso alargar la forma de un ojo genéticamente predispuesto y multiplicar su miopía. Y así un infinito etcétera. 

Nuestra predisposición genética y nuestra memoria corporal determinaran qué justos pagarán por los invisibles pecadores.

Más allá de lo puramente orgánico, nuestra mente también intentará ayudarnos aunque muchas veces será nuestro verdugo. En su odisea, tal vez caiga presa de estados obsesivos-compulsivos que buscan controlar el entorno a toda costa, mantener el equilibrio del sistema, la coherencia, pero de una forma un tanto equivocada. O tal vez viva un trastorno de ansiedad, que no es otra cosa que la vivencia incontrolada de descontrol, o en su confusión experimente ideas suspicaces o paranoides…

¿Cómo encontrar una salida a este mundo de estresores indeterminados y organismos desconcertados?

Es más simple de lo que parece, aunque no por ello fácil: Hemos de enviarle información no contradictoria a nuestro organismo. Evitar la información innecesaria y confusa.

Una buena manera de empezar es hacerlo por lo más básico; el más simple y orgánico de nuestros ritmos circadianos: La respiración. Aprender a respirar.

Primero de todo, hacer nuestra respiración consciente, ver cuál es nuestra respiración automática actual y de forma consciente alterarla en nuestro beneficio. Alcanzar una respiración abdominal que reduzca el consumo de energía al máximo y nos permita encontrar el descanso. Este cambio en nuestro patrón respiratorio ya de por sí va a influir en el resto de nuestros ritmos circadianos. (Sueño, hambre…)

A partir de aquí, podremos influir sobre nuestra respuesta física más obvia al estrés: la tensión muscular. Aprender a diferenciar tensión de distensión y hacernos conscientes de en qué estado tensional nos encontramos. Desde ahí enseñaremos a nuestros músculos a bajar el tono, les enseñaremos a no estar en estado defensivo cuando no es necesario: En este nivel pueden ayudarnos mucho diversas técnicas de relajación. 

Con mucha disciplina, a continuación, sería muy conveniente aprender a limitar nuestros pensamientos invasivos e improductivos, así como a dirigir nuestra atención de forma inteligente sin perdernos en los miles de estímulos que pasen por dentro y por delante. Nos haremos conscientes del funcionamiento de nuestros sentidos y nuestra atención, hasta que aprendamos a filtrar con ellos la información de forma útil y pacífica. Acercarse a la técnica Mindfulness es muy útil si queremos alcanzar este último y ambicioso objetivo.

Rocío Carballo

Psicóloga psicoterapeuta

Leave a comment

0.0/5

Acepto la Política de privacidad